jueves, 13 de agosto de 2009

"Mejor que arder" de Clarice Lispector








































































Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.
Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.
Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.
Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.
Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:
-Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio
*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.
Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.
Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.
No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.
La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.
Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.
Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!
Él le dijo meditativo:
-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.
Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.
Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.
Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.
Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.
Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.
Y sucedió realmente.
Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.
Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.
Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.
Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.
Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.
Entonces una noche él le dijo:
-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?
-Sí -le respondió grave.
Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.
Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.
Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.
FIN

* Cilicio: n. m. Faja de cerdas o cadenillas de hierro con puntas, que se lleva ceñida al cuerpo para mortificación.

Biografía:
Nacida en una aldea perdida de Ucrania, Clarice Lispector (1920-1977) llegó a Brasil con su familia, huyendo de los pogroms rusos, a los dos meses de edad. Desde su primera novela, Cerca del Corazón Salvaje, escrita con apenas veinticuatro años hasta Un Soplo de Vida, libro que no logró concluir en vida, la escritora publicó nueve novelas y cerca de setenta relatos en los que se manifiesta como una de las voces más intensas y hondas de nuestro siglo. Con un lenguaje sencillo describe diferentes apariciones de lo sagrado en la vida cotidiana. Por citar dos ejemplos: La belleza de una rosa, en el relato La Imitación de la Rosa, de su libro Lazos de Familia (Montesinos, 1988), lleva a la locura a su protagonista, Laura. La aparición de una cucaracha, en La Pasión según G.H. (Península, 1988), conduce a la protagonista del libro a un encuentro con el núcleo del ser, un ser que comparte con el insecto como mujer y autora del estremecedor relato, y como ser vivo.
Judía de origen, empapada en la tradición hebraica por influjo familiar, rastreó en las honduras del corazón humano a la busca de una huella de la divinidad. Sus obras son crónicas de esa indagación siguiendo la tradición del cuento hasídico tal corno la define Martin Buber: "El relato es mucho más que una simple reflexión. (...) El milagro, al ser narrado, adquiere nueva fuerza; el poder que una vez fuera activo se difunde en la palabra viviente". Aunque la personalidad de la escritora brasileña huyera de cualquier credo religioso, sus primeros años de vida marcaron su relación con la literatura que, en sus palabras, "debe tener objetivos profundos y universales: Debe hacer reflexionar y preguntar sobre el sentido de la vida y, principalmente, debe interrogar sobre el destino del hombre en la vida".
Por ello se hace necesario recordar opiniones críticas como las de Benedito Nunes, quien ahonda en este aspecto descubriendo en su obra las huellas de una mística a la contra, de una poética del silencio. Sin olvidar este talante metafísico y religioso, otros han hallado en su producción narrativa una sensibilidad plenamente femenina que destaca por su originalidad en la literatura del siglo XX. Entre estas voces críticas hay que destacar la de Héléne Cixous quien, a lo largo sus numerosos trabajos sobre la escritora brasileña, descubre en su obra una "escritura del cuerpo", una manifestación de la "libido" femenina en la literatura.
Obras como Cerca del Corazón Salvaje (Alfaguara, 1977), La Pasión según G.H. (Península, 1988), Un Aprendizaje o El Libro de los Placeres (Siruela, 1989), La Hora de la Estrella (Siruela, 1989) y los libros de relatos Lazos de Familia (Montesinos, 1988), Felicidad Clandestina (Grijalbo, 1988) y Silencio (Grijalbo, 1988), que se pueden encontrar en la librerías españolas, muestran la pujanza e intensidad de una literatura que quiere trascender los propios límites del lenguaje para convertirse en expresión de vida: "El lenguaje está desvelando nuestro pensamiento, nuestro pensamiento está formando una lengua que se llama literaria y que yo llamo lenguaje de vida", dijo. Una lengua, pues, que aspira trascender las propias reglas gramaticales para volverse un tejido interior, un fluido que sirva para comunicar con la misma intimidad con la que comunica el aliento y la sangre. Y éste es el hondo mensaje, la disparatada ambición, de una mujer que afirmaba:
"Quiero escribir el borrón rojo de la sangre con gotas y coágulos goteando de dentro para dentro. Quiero escribir amarillo-oro con rayos translœcidos. Que no me entiendan poco me importa. Nada tengo que perder. Me lo juego todo en la violencia que siempre me habitó, el grito áspero y agudo y prolongado, el grito que yo, por falso respeto humano, no di. Mas aquí va mi berrido rasgando las profundas entrañas de donde brota el estertor que ambiciono. Quiero abarcar el mundo con el terremoto causado por el grito".
OBRAS DE CLARICE LISPECTOR TRADUCIDAS AL CASTELLANO
-Agua viva, trad. de Haydée M. Jofré Barroso, Sudamericana, Buenos Aires, 1975.
-Un aprendizaje o el libro de los placeres, trad. de Juan García Gayo, Sudamericana, Buenos Aires, 1973; trad. Cristina Sáenz de Tejada y Juan García Gayo, Siruela, Madrid, 1989.
-La araña (O lustre), trad. de Haydée M. Jofré Barroso, Corregidor, Buenos Aires, 1977.
-Cerca del corazón salvaje, trad. de Basilio Losada, Alfaguara, Madrid, 1977.
-Felicidad clandestina, trad. de Marcelo Cohen, Grijalbo, Barcelona, 1988.
-La hora de la estrella, trad. de Ana Poljak, Siruela, Madrid, 1989.
-Lazos de familia, trad. de Haydée M. Jofré Barroso, Sudamericana, Buenos Aires, 1973; trad. de Cristina Peri Rossi, Montesinos, Barcelona, 1988.
-La legión extranjera, trad. de Juan García Gayo, Monte Ávila, Caracas, 1971.
-La manzana en la oscuridad, trad, de Juan García Gayo, Sudamericana, Buenos Aires, 1974.
-El misterio del conejo que sabía pensar, trad. de Mario Trejo, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1974.
-La pasión según G.H., trad. de Juan García Gayo, Monte Ávila, Caracas, 1979; trad. de Alberto Villalba, Península, Barcelona, 1988.
-Silencio (Ondes estivestes de noite), trad. de Cristina Peri Rossi, Grijalbo, Barcelona, 1988.
-El via crucis del cuerpo, trad. de Haydée M. Jofré Barroso, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1975.
Autor del texto: Antonio Maura